Alétheia

Sin ocultar.

inercias

Cada vez soy más consciente de cada parte que me conforma y de cada parte que me destruye. Intento reconocerme a mí misma en mi cuerpo, con mis manos, con mi cara, mi pelo y mis gestos, pero sólo veo una lucha despiadada entre lo que quiere salir y lo que se quiere enterrar en el sonido que produce el eco sordo que rebota sin cesar entre mis costillas. Me veo luchar contra todo y contra nada, luchando contra lo que soy, contra lo que se espera que sea, luchando contra la culpa de ser y la de haber sido. Y me encierro en mí y me hago consciente de cada vez que cierro los ojos, me absorbe mi mente y me lleva cada vez más lejos de todos y me siento cada vez más y más pequeña.

Y en mi pequeñez, huyo de mi cuerpo, y vuelo hasta estar encima de mi cabeza, pero tomando distancia suficiente como para que no me salpique si explota. Y las veo, veo miles de cosas pequeñas, miles de palabras, de caras, de gestos, de manos, de voces sin cuerpo rondándome, intentando dirigirme, reclamando atención, acosándome hasta en sueños y cada vez que vuelvo a mí, quiero chillar, quiero pedirles que se vayan, que dejen de reclamar mi atención, que dejen de estar tan cerca y que me dejen crecer. Grito en mi cabeza, como si lo fuesen a oír, como si quisieran escuchar. Y mientras tanto, sigo siendo pequeña y sigo estando lejos, viendo como todo rueda, parada en la inercia, estancada, sin movimiento, y sin intención de moverme, sintiendo el vértigo en la boca del estómago mientras veo como el mundo sigue girando, dando vueltas sobre sí mismo y sin esperarme. Y le dejo ir, dejo que se vaya el mundo y veo al tiempo huir, como un animal atemorizado por el ruido de cada día y lo dejo marchar también. Y como todo se va, cierro los ojos, esperando que en el momento en el que los abra, por lo menos quien yo solía ser, esté allí para decirme que había confiado siempre en salir, para decirme que echaba de menos reír pero que ya sólo quedaba eso, reírse del infierno y sus jaulas, del mundo y de sus prisas.

DESPECHO

Ni siquiera lamento hacerte sentir miserable ya. Ya no se frenan las palabras en mi paladar, ni dejan el amargo regusto del remordimiento. No lamento que te duela oír la verdad, ni si suena cruda, no lamento hablarte con la supuesta violencia de la que hablas tú, cuando ni siquiera me has oído. No me has oído gritar, no me has oído llorar y no me has oído pedir ayuda. La música de tu ego siempre sonó más alto. No siento culpabilidad alguna por rechazarte, no siento culpa por pedir explicaciones, ni tampoco por ser tan entrometida. Siempre me meto donde no me llaman, pero una vez me he metido, ya no dejan de llamarme. Siempre pregunto, así que me he acostumbrado a saber. Quizá te sorprenda, pero hay gente feliz más allá de la ignorancia. Lo que no te sorprenderá es mi culpa: mi culpa porque tú no has sabido llevarme, mi culpa por el carácter que tengo, mi culpa terminar cediendo y que nunca hicieras por buscar un punto medio. Es mi culpa que tú siempre tengas la razón, porque nunca he dejado de dártela, aunque no siempre la tuvieras. Al final una aprende que es mejor discutir con locos que con necios. Y yo he aprendido que ni hablando, ni discutiendo se llega a nada contigo, porque falta el componente principal, que es la escucha. Y tú no quieres escucharme, y es normal, y lo entiendo: yo tampoco querría escuchar todo lo que te tengo que decir porque, efectivamente, la verdad duele. Y yo no te quiero escuchar, y tienes que entenderlo: eres tóxico. Quizá yo también lo sea, pero me da igual. Quizá yo duela, pero no es lo mismo. Yo no quiero hacer daño, yo pido disculpas; mientras que tú atacas justo donde crees que más va a doler para luego justificarte, aunque quizá excusarte sea un verbo más correcto, y para reivindicarte tanto en tu violencia, como en tu conocimiento total y absoluto de la verdad. 

Por si llega el día en el que salgas de ti y empiece a importarte, yo me reivindico en ser feliz, en ser libre, en poder pensar. Yo me reivindico en no volver a sentirme mal cuando tú no lo hagas bien. Yo me reivindico en crecer y para ello tengo que huir de ti, de tus desprecios, de tu falta constante de respeto; de que me cortes las alas. Huyo de que todo esté mal, y huyo de que nada merezca lo suficiente la pena. Huyo de todo lo que odio, y te odio a ti. Te odio por no escuchar, te odio por el daño que haces, te odio porque no aportas nada, te odio porque destruyes cualquier buena base. Te odio porque sabes más que nadie, teniendo menos idea que ninguno. Te odio porque piensas que el dinero y un discurso memorizado pueden arreglar algo. Te odio porque no sabes hacer las cosas bien sin esperar recompensa. Pero sobretodo te odio por la forma en la que desmoronas todos mis intentos por rehacerme, te odio porque no sabes mantener sin atar y te odio porque has hecho pedazos sueños, esperanzas y todas esas cosas que pasan por la cabeza de una chica de casi diecinueve años. Lástima que no naciera con tu punto de vista y lástima que me dé igual. Lástima que no aceptes lo distinto y lástima que no me aceptes a mí.

Lástima por ti, pero yo no lo lamento.

Miedo.

Tengo miedo de ciertos abrazos,

de ciertos besos

y de ciertas personas.

Tengo miedo de quererme,

y de que me quieran.

Tengo miedo de mí porque sé qué llevo dentro

y tengo miedo de que me conozcan

y lo sepan también.

Me asusta que la gente

que se queda a mi lado

porque me acojona el momento

en el que deciden que es mejor irse

que permanecer aquí.

Me asustan los abrazos que son un refugio

y también los que saben a despedida.

Me asustan los besos en la frente,

esos que dicen "voy a protegerte"

cuando mi mayor peligro nace en mi pecho

y a mí no quiero perderme.

Me asustan los besos en la mejilla

cuando las bocas ya se conocen.

Me aterran los besos que saben a querer más

y también los que saben a expectativas.

Tengo miedo de ti,

y de que me hagas sentir.

Tengo miedo de ti,

y de que me hagas verte partir.

Tengo miedo también por ti,

porque se te ocurra quererme.

Tengo miedo también por ti,

porque se me ocurra irme.

Tengo tanto miedo

de tantas cosas que quiero

que me convierto en hielo

y finjo que no lo siento.

Y finjo que no siento miedo

que no te quiero,

que no soy de hielo,

y finjo que no lo estoy fingiendo,

pero lo he fingido ya tanto

que no me acuerdo

si fingía o sentía

y lo que de verdad siento

es seguir fingiendo

y seguir temiendo.  

Ignorancia


Ni sé, ni quiero saber. Ni siquiera sé si de verdad puedo llegar a saber algo. Y es que la verdad, como tantas otras cosas, es algo que nunca descubrimos a tiempo. Siempre con nuestras creencias, siempre con suposiciones hasta que la verdad se impone. Y duele. Y por eso vivo en una constante ignorancia motivada por el paulatino desinterés que combina con una dejadez casi extrema que tantas veces es escudo como es cruz y cárcel. Cárcel de ti, de mí, de sentir y de repetir todo aquello que ya pasó, y que ya dolió.

Con el viento susurrándome y Ed Sheeran sonando a un volumen casi imperceptible en mi terraza a las dos de la mañana, toda esa ignorancia se convierte en mil preguntas afiladas y cortantes de las cuales no quiero conocer la respuesta pues será, seguro, tajante. Como tantas otras noches, el insomnio se presenta desafiante, y curioso. Pregunta por ti, por ella, por todos. Pregunta y me desvela. Y como tantas otras noches estoy aquí, preguntándome porqué sí. Queriendo saber porqué no. Queriendo dormir. La curisidad mató al gato, y a este paso me matará también a mí.

NEFELIBATA

Adj. Dicho de una persona soñadora, que se apercibe de la realidad.

Supongo que así soy yo.

Confesiones

Diurnas

Se me han atragantado un montón de verdades, y las palabras no quieren salir. Ya no quieren ser para ti, no quieren que les des sentido y el miedo las ha empujado a no huir. A anclarse en mi cabeza y no dejarme dormir. Como si mis noches fueran el único lugar en el que pueden vivir. Y yo rogando que se enganchen a tus versos, y se olviden de tus besos, y de tu boca. Que se olviden de tu sonrisa, y de tus silencios. Que mil palabras no dicen lo que mis labios callan. Mil verdades que solo confesarán en un roce con tus labios. Un roce accidental, un guiño de la casualidad. Y entonces ya será un secreto a voces, y entonces por fin sabrás que todo lo que callo es simplemente para no confesar que yo también me refugio en mis noches en vela, y que no quiero salir de mi cabeza. Que no quiero usar el corazón, que no quiero enfrentar todo aquello que no fue, ni será. No es porque no queremos perder, porque no sabemos apostar, porque me acongoja la idea de perderte. Me tortura pensar que te alejarás de mí y me dejarás sola frente a los mil diablos de las mil noches que te llamé en sueños. Me destroza pensar que quiero que te quedes pero te abro la puerta y te invito a marchar porque has visto demasiado dentro y ahí sólo hay sombras y recuerdos mal olvidados que todavía me sangran de vez en cuando. Mil recuerdos que cortan y que han dejado mis ganas rotas. Se me han atragantado un montón de verdades, y las palabras no quieren salir, pero puestos a confesar, te aseguro que muero dentro de mí una y mil veces cada vez que te veo sonreír por alguien que no te dedica ni las horas muertas, ni las miradas perdidas. Puestos a confesar, te diré que estoy intentando quererme yo, porque nadie sabe, y nadie puede. Puestos a confesar, te admitiré que no hay persona más complicada que yo, que tengo mil dudas y mil porqués. Tengo mil preguntas y ni una sola respuesta. Tengo los ojos llenos de lágrimas y el corazón vacío, y hueco. Esperando que alguien tenga el valor de llenarlo. Esperando que alguien tenga la paciencia de llenarme. Esperando a alguien que no llega nunca. Ya he confesado, pero hay mil palabras más atascadas en mi cabeza y ya no sé muy bien si es que ninguna quiere salir o si quieren salir todas a la vez. Salir para decirte que te quieren, que te temen. Salir para avisarte de que como siempre, voy a huir, de ti, de mí, de tus labios y su roce, de tus manos y caricias. Huir, simplemente, por ti, por mí. Porque sólo quiero ser. Y ser feliz.

260 días.

Cada día era una nueva aventura, cada día me sorprendías con una de tus historietas. Y no hubo un sólo día que me pusieras mala cara a absolutamente nada. Tú siempre estuviste ahí para levantarme y ahora que te llevo por dentro no me dejas caer. Eres mi fuerza cada mañana y, como siempre, mi mayor apoyo. Sé que nunca me abandonas y que velas mis sueños. Sé que me proteges desde donde quiera que estés y también sé que todo me lo facilitas. Te dije que te quería a diario y eso me da paz porque te fuiste sabiendo que siempre serás amado. De vez en cuando echo en falta uno de tus abrazos, o que me llames puchitita. A veces te echo de menos, y sé que lo sabes porque, en esos momentos, me sacude el viento o me ilumina el sol. Y entonces confirmo lo que ya sabía. Siempre me cuidarás.

Azar.

Del azar, o al azar. De las palabras, o de los hechos.

La suerte es para quien te busca. La suerte no se pierde, a no ser que se quiera perder y sólo la quiere perder quien ya lo tiene todo ganado. 

Tenerlo todo ganado es ganarse un vacío lleno de ganas de luchar, de triunfar, de buscar y encontrar. Pero, ¿qué pasa si todo lo he encontrado ya? ¿Qué pasa si te he encontrado? ¿Qué pasa si la suerte es como la Diosa Fortuna? Nunca trajo nada bueno, error el mío al buscar la suerte en vez de la buena suerte. Porque he encontrado la suerte, ya te he encontrado, pero desearía no haberlo hecho, aunque mi orgullo sólo me permita reconocerlo en ocasiones. Puedo buscarle lo bueno a todo lo malo, pero lo mejor de las desgracias a penas roza la mediocridad y es que a mi amor propio ya no le vale más que la excelencia. La excelencia que es por definición grande y digna de respeto y admiración, y quizá lo contrario que yo. Yo soy muy pequeña y he estado ciega pero, ya sin vendas en los ojos y sin verte tras mis párpados, me doy cuenta de que he desperdiciado mi tiempo aspirando a lo que cualquiera hubiera podido aspirar. A lo que cualquiera podía conseguir. Yo no soy cualquiera y no quiero lo que sea para todo aquel que se conforme con ser cualquiera. 

Yo quiero retos inasumibles, sueños imposibles. Quiero plenitud y nada me llena más que aquello que está fuera de mi alcance. No hay nada mejor que poseer aquello que nadie tomaría jamás por tuyo. Así que yo ya no te quiero. Así que yo ya no te busco, y ojalá no te encuentre. Ya no volveré a querer nada como lo quería porque ahora ya me quiero un poco. Ya no lo necesito como solía hacerlo, porque por fin he comprendido que no dependo de nadie para encontrar eso que llevo tiempo buscando. La suerte y la felicidad. Yo busco ser feliz con todo aquello que me rellena el pecho, y con todo aquello que poco a poco me va oxidando. Todo lo que es excelente y merece la pena el trabajo, y la busqueda, y las ganas, y los bajones; todo aquello que es excelente aunque sea efímero. Y no es que me de igual el tiempo, pero no pienso dedicarte ni un sólo minuto más. Ya no te quiero, ya no te busco y ojalá no te encuentre, y ojalá no te enteres, y ojalá te torture siempre la duda de si la excelencia estaba a mi lado, o si tu tiempo y el mío los medía el mismo reloj. Cuando resuelvas tus dudas quizá seas tú quién me quiera, y quién me busque. 


Y ojalá no me encuentres.

Vaivén.

El movimiento existe.

De ir y venir. De ir andando o corriendo. De volver arrastrando los pies o con paso presto. De ir y venir solos o acompañados, sin nadie cerca o rodeados. Como en el metro. Y qué bonito es el metro, con sus caras, con sus prisas. Sus mil historias. Quisiera conocerlas todas, y poder contarlas. El metro da tiempo para reflexionar y yo, al final, tras tanto divagar, me doy cuenta de que aunque todo parezca continuar exactamente igual realmente todo se mueve. El tiempo, nosotros, incluso los lugares. Todo. Tenemos tan interiorizado el movimiento que pocas veces paramos a disfrutar del equilibrio o la brusquedad de los cambios. Necesitamos más cambios, necesitamos apreciarlos. No necesitamos que el mundo se mueva, pero sí es necesario que nuestra imaginación vuele. Que nos lleve a lugares tan cercanos como el bar de enfrente o tan lejanos como a tu lado. Que después nos traiga a toda velocidad. Yendo veloz, pero tardando, ocupando su espacio en el tiempo. Y seguimos en el metro y seguimos moviéndonos a toda velocidad, hasta que el maquinista decide frenar. Oigo el tren chillar mientras frena, parece que no quisiera detenerse ni un solo instante, como si quisiera ser imparable, deseando llegar a su destino. Deseando no desperdiciar ninguno de los valiosos segundos que se escapan, porque ellos no frenarán. Y después de esto creo que metro y tiempo no son tan distintos, ambos pueden perderse con facilidad, ambos nos llevan donde queremos llegar, ambos veloces, ambos constantes, ambos equilibrados. Ambos opuestos a nosotros, inestables, inconstantes. Ambos opuestos a nosotros, sociedad enferma y perdida, sociedad parada y dormida.

Declaración de intenciones

Reír, que el aire se empeñe en huir. Reír, que el silencio se empeñe en morir. Reír, que mis ojos se achinen, que mi sonrisa se ensanche. Romper a reír, deshacerse en sonoras carcajadas. Romper a reír, inmolarse en el nombre de la felicidad. Romper a reír porque merece la pena romperse por cosas así. Romperse para recomponerse, la destrucción también es un modo de creación. Corromper la rutina que sufrimos a diario, dejarse de quiero y no puedo, dejarse de excusas. No hay mayor limitación que la que nosotros mismos nos imponemos y no hacemos nada si no queremos. Yo quiero reír, reír y reír, que me rompa mi risa y romperte a ti, romperte a reír. Quiero reír, reír y reír, y que me mate mi risa y que te mate a ti, que te mate el reír, que no quieras huir. Quédate aquí y rompamos a reír, que romperse así es volver a vivir.

© 1997 - 2017 Generación del 16'. Nos reservamos el derecho de nuestras obras. ¡Que para eso son nuestras!
Creado con Webnode Cookies
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar